miércoles, 20 de julio de 2011

Capítulo 3: Un paso hacia el éxito... o algo parecido. (Parte 2)

Capítulo 3: Un paso hacia el éxito… o algo parecido.
  Parte 2:

  6:59 a.m.
  Vaya que odiaba esa hora. Especialmente un lunes, después del increíble fin de semana que había tenido. Aquella hora me desagradaba, debido a que el despertador me levantaría en exactamente un minuto para ir a la escuela. No quería volver allí. Quería graduarme de una vez y no volver a ver el rostro de superioridad de la “señorita popularidad”, Lyla Roberts.
  A veces me preguntaba por qué tenía que haber dicho aquella propuesta cuando estaba en 4º grado. De no ser así, aún la conservaría como mi amiga. Pero si no lo hubiera hecho, no tendría que ir a ensayar para un concierto en “House of Rock, el viernes, además de que no conocería a Will. Y vaya que me arrepentiría de no haberlo conocido.
  Lo único bueno de volver a aquella pesadilla sin fin, sería que hoy era lunes, por lo que tendría clase de química, y además vería de nuevo a David.
  El resto de mi banda ya se había graduado. Yo era la menor de todos ellos. Iba a cumplir 18 el próximo año, en febrero 20. En cambio Jake, David y John ya tenía 18 y Kevin 19. Yo era la “bebé” de la banda. Una “bebé” de 17 años. Y me estresaba cuando me llamaban “nena” por molestarme. Me provocaba estamparles un golpe en sus rostros. Jamás lo haría, por supuesto. Los quería demasiado como para hacerlo.
  Sólo me quedaba David en la escuela, debido a que reprobó séptimo grado y yo lo alcancé. Como el resto se habían graduado, estábamos él y yo nada más.
  Mis pensamientos fueron interrumpidos por la irritante alarma del despertador, que marcaba las siete de la mañana.
  Abrí un ojo con amargura, estiré el brazo y la apagué. Quería quedarme acostada en mi cama, pero mi conciencia no me dejaría. Debía apurarme para llegar puntualmente a las 8:00 a.m. a la preparatoria, o si no someterme a quedarme después de clases en un castigo de una hora, por haber llegado tarde. Definitivamente, prefería levantarme temprano.
  Me acosté boca arriba, sin todavía haber abierto los dos ojos definitivamente. Me estiré, bostecé y, con mucho esfuerzo, abrí mis ojos. No podía ver nada. Debían acostumbrarse a la luz, así que esperé un segundo.
  Luego me levanté mediocremente, y me dirigí hacia mi baño, para justamente hacer lo más estúpido que había hecho en mi vida, después de levantarme.
  Al entrar al baño, cerré la puerta y me metí a la ducha. Al girar la llave del agua caliente y sentirla sobre mi rostro, me di cuenta de que… ¡Me estaba bañando con ropa!
  — ¡Ay, por favor! —exclamé enfurecida y frustrada.
  Rápidamente, cerré la llave y me quité la empapada ropa del día anterior, y la colgué en los vidrios que separaban la ducha del resto del baño.
  Aturdida por mi torpeza, terminé de bañarme y me vestí. Luego cepillé mi cabello, y bajé a desayunar.
  Mi madre no estaba abajo, pues no se resignaba a levantarse a las siente, si tenía que llegar al trabajo a las diez.
  Desayuné, agarré mi mochila y me monté en mi auto, para llegar a la preparatoria a tiempo. Lo bueno de tener mi propio auto —el cual amo—, era que no tenía que irme en autobús, y me ahorraba mucho tiempo. Pero odiaba el tráfico de Nueva York. Era horrible. Las calles, no importaba qué hora fuera, estaban repletas de autos, y el 5% de los semáforos no servían de nada.
  Después de enfrentarme al tráfico, llegué a la escuela, diez minutos antes de que tocaran la campana para entrar a las clases.
  Parqueé el auto, y salí prácticamente volando de él, para poder entrar antes de que cerraran la puerta y me dejaran afuera.
  Allí, en una mesa alejada, estaba David, leyendo un libro. Se veía tan gracioso con sus gafas…
  Sonreí al verlo, y me acerqué caminando rápidamente hacia él. David no había caído en cuenta de mi presencia, así que me senté a su lado y le di un cariñoso abrazo. Él me correspondió el abrazo, dedicándome una amigable sonrisa.
  — Hola, Naty, ¿cómo estás? —me saludó.
  — Bien, ¿y tú cómo has estado?
  — Bien, aunque un poco confundido. Estudiando para la clase de química… la verdad es que no entiendo algunas cosas… —dijo tímidamente. Yo sabía qué me pediría después —. ¿Podrías…?
  — Por supuesto, ¿qué no entiendes? —me ofrecí antes de que pudiera preguntármelo.
  Él sonrió.
  — Me conoces… —dijo.
  Le devolví la sonrisa, y le empecé a explicar. Algo irónico, fue que lo que le estaba enseñando a David, había aparecido en el examen de la MIT, por lo que se me hizo pan comido.
  Al terminar, nos quedamos hablando un rato, pero… tenía que aparecer. ¿Por qué ahora? ¿No tenía nada mejor que hacer?
  — Natalie… —me “saludó” con su típica y horrible actitud.
  Puse los ojos en blanco, y me resigné a dirigirle la mirada.
  — ¿Qué quieres, Lyla? —dije de mala gana.
  David la miró desafiantemente, y ella le devolvió una mirada peor aún.
  — A mí también me da gusto verte… —me dijo irónicamente —. Oí que te ganaste una beca, ¿no?
  — Puede que sí, puede que no. No es de tu incumbencia —respondí amargamente.
  — Parece que alguien se levantó de mal humor hoy… Natalie, ganarte una beca para estudiar en la MIT no te da derecho a ir por ahí respondiéndoles así a las personas —dijo “inocentemente”.
  David me miró inquieto.
  — ¿Te ganaste la beca? —susurró.
  Asentí levemente.
  — ¿No lo sabías, David? —dijo Lyla con un tono burlón en su voz.
  — No… —dijo él mirándome con recelo.
  — Lo siento, David, te lo iba a decir, es sólo que… —le dediqué a Lyla una mirada intimidante, y luego volví a mirar a David con ternura —… Lyla llegó y no me dejó contarte.
  — No me culpes a mí, Natalie —dijo la aludida.
  — Lyla, sólo vete… —dijo David.
  — No he terminado con ella —le cortó las palabras a mi amigo —. ¿Te divertiste ayer, Natalie?
  Dirigí la mirada al suelo. Aquello me hizo acordar de Will, de su mirada, su sonrisa, su encantadora personalidad, y… de nuestro casi beso…
  — Sí, ¿y? —actué indiferente.
  — No te hagas la inocente, cariño, sé que estuviste con Will Davis —dijo sentándose en una de las sillas de la mesa.
  David estaba más confundido aún. No tenía por qué ser preso de esa confusión, yo le iba a contar todo, el problema era que Lyla tenía que venir y arruinar nuestra conversación.
  — ¡Es mi vida, yo veré qué hago con ella y con quién salgo! —le grité enfurecida.
  Ella me miró amenazadoramente, y se fue aceptando su derrota.
  Volví la mirada a David.
  — Creo… que te diste cuenta de varias cosas… —dije apenada.
  — Sí…
  — Perdón, David… sabes que jamás mentiría, ni a ti ni a la banda. Por favor perdóname —dije abrazándolo.
  Él era un tanto irascible… se enojaba con facilidad. Y no me gustaba verlo de esa manera, y mucho menos si con quien estaba enojado era conmigo. Yo hacía todo lo que podía para que me perdonara., pues, aunque no era mi mejor amigo, lo quería muchísimo.
  — Tranquila, Natalie, no estoy enojado, sólo… me impresiona todo lo que has hecho este fin de semana. Además no me habías contado sobre lo de tu beca. Felicitaciones —me devolvió el abrazo.
  — Gracias… —dije, e hice una pausa —. Ahora que se acabó la tensión… ¿Te aclaro los hechos?
  — Sería de gran ayuda —dijo sonriente.
  Le conté toda la historia, desde que salí de la audición, hasta cuando mi madre me dijo que me había ganado la beca. Pero… me salté la parte del casi beso, pues… no quería que sacara conclusiones antes de estar seguros de algo.
  Al terminar de contarle, conservaba todavía su actitud misteriosa y dudosa, algo que no tenía mucho sentido, pues le había contado todos los detalles. Ya no tenía por qué tener dudas.
  Se quedó callado un rato… yo lo miraba fijamente, esperando alguna reacción de su parte. Pero la única palabra que salió de su boca, acompañada de un suspiro, fue “Vaya…”. Yo esperaba más que una cotidiana expresión combinada con un suspiro que me ponía los pelos de punta y me hacía creer que no le agradaba mucho lo que acababa de contarle.
  Transcurrieron otros siete incómodos segundos, y al fin David dejó escapar un comentario decente.
  — ¿Por qué no nos dijiste que habías conocido a una persona famosa? Hubiera sido de gran ayuda. Podríamos sacar provecho de eso…
  Suspiré algo dudosa.
  — Pues… no sé —dije.
  Sonó la campana para entrar a clases, así que nos despedimos y nos dirigimos hacia nuestros respectivos salones.
  Entré en mi salón de matemáticas dando pasos pausados y débiles. No me podía concentrar en la realidad. Tenía la imagen de Will en mi cabeza constantemente, no lo podía sacar de mi mente. Era como si hubiera decidido quedarse allí para siempre y torturarme.
  Pero debía ser fuerte, luchar contra mis deseos y mantener los pies en la Tierra. No podía quedarme fantaseando mientras me perdía la importante explicación del profesor.
  Me senté en el pupitre más cercano, tratando de sacar a Will de mis pensamientos. Cuando por fin lo había logrado, se acercó el profesor Norwood hacia mí.
  — Buenos días, señor Norwood, ¿cómo está? —lo saludé cordialmente.
  — Buenos días, Natalie.
  Perdón… ¿Me había llamado por mi nombre? ¿Él? ¿Desde cuándo se lo sabía? Durante todo el tiempo que había asistido a su clase me llamaba “Ricci” (en el mejor de los casos), o simplemente me pedía que le recordara mi nombre, lo cual me enfurecía, pues yo se lo había recordado miles de veces. ¡Y no se lo podía aprender! Bueno, hasta ahora…
  Al yo ser reservada y no hablar mucho en clase, era raro que los profesores se aprendieran mi nombre. A veces me llamaban Nicole, otras veces me llamaban Natasha, Melanie, Mackenzie, Cassidie, Kylie y muchos otros más. Lo interesante de todos esos erróneos nombres, era que, o empezaban con N, o terminaban en “ie”, al igual que el mío.
  — Estoy bien, muchas gracias. ¿Cómo has estado tú? —dijo.
  Aún más raro… me preguntaba cómo estaba, hoy debería ser al apocalipsis, pues nunca creí que llegara a preguntarme eso.
  — Muy bien, gracias —dije algo incómoda e impresionada, pero a la vez feliz de que lo que yo creía imposible, sucediera.
  — Quería… felicitarte por ganarte esa beca. De verdad que es un honor para la escuela —dijo el real propósito de que se acercara a hablarme.
  La beca, claro. Con razón estas cosas ocurrían. ¿Por qué tenía que ganarme una beca en la MIT para gozar de que las personas me llamaran por mi nombre y se acercaran a mí? Era completamente frustrante.
  — Muchas gracias, señor —respondí un poco desanimada al darme cuenta de lo anterior.
  El asintió con una leve sonrisa, y se fue.
  Yo me empecé a ahogar en decepción al descubrir que tendría que realizar algo enorme para ser conocida por los que me rodeaban y nunca se habían percatado de mi existencia. Y…, para completar mi sufrimiento, Will volvió a mi cabeza.
  Transcurrió la clase, y yo trataba de concentrarme, mas era muy difícil, pero al menos logré captar la explicación del señor Norwood.
  Al terminar la clase, salí hacia el corredor, a guardar unos libros en mi casillero, antes de irme a Química, en donde volvería a ver a David.
  Mientras sacaba mi tarea de química del casillero, sentí una mano helada en mi hombro, la cual me asustó y me obligó a voltear rápidamente a ver quién se encontraba detrás de mí.
  El día se hizo aún más extraño, cuando vi a Owen Young, el primer chico del que me había enamorado en mi vida, el cual nunca me dirigió la palabra. Ya no me interesaba, pues aquello había sucedido en sexto grado, cuando yo tenía 12. Habían pasado ya 5 años, y la vida me obligó a olvidarme de él, al conocer a Kyle en noveno grado, quién también terminó rompiendo mi corazón.
  Seguía siendo atractivo, más que hacía cinco años. Ya era un hombre, un hombre alto de hermosos ojos celestes y cabello negro y lacio.
  — Natalie, hola —me saludó sonriente.
  Lo miré extrañada.
  — Hola… Owen… —dije en shock.
  — Oye, quería decirte que me siento orgulloso de ti.
  Abrí los ojos como platos.
  — ¿Tú… orgulloso de mí? ¿Por qué?
  — Por la beca, claro. Eres muy inteligente.
  — Am… gracias, eso creo —dije ocultando mi frustración. Sí, estaba comprobado que tenía que ganarme una beca en el Instituto de Tecnología de Massachusetts para que las personas me empezaran a hablar.
  — Tenemos que salir alguna vez, te llamo, ¿está bien? —dijo alejándose por el pasillo.
  Se fue caminando tan rápido que no me dejó responderle. Me quedé con la frase “Sí, por supuesto…” contenida en mi boca, la cual dejé escapar después en forma de suspiro.
 ¡Ahora sí se atrevía a hablarme, ¿no?! ¿No podía haberlo hecho cinco años atrás cuando de verdad me interesaba que lo hiciera? Qué injusta era la vida.
  En fin, no le puse mucha atención al asunto y seguí con mi día, que cada vez se tornaba más y más insólito.
  Todas las personas parecían saber lo de mi logro… ¿Cómo era posible? ¿Quién les había contado? ¿Cómo se habían dado cuenta? Apenas yo me había dado cuenta ayer… y ellos lo supieron dos días después, no lo comprendía.
  Cuando salimos a nuestro descanso, ya le había agradecido a 18 personas por haberme felicitado, y todavía no comprendía por qué lo sabían.
  Mientras me dirigía a la biblioteca, vi una cartelera en el pasillo por el cual caminaba, la cual respondió inmediatamente todas mis preguntas.
  En un enorme pedazo de papel estaba pegada mi foto del anuario —de la cual me sentía orgullosa, gracias a Dios—, acompañada de una clase de documento que tenía el logo de la MIT, cuyas primeras palabras escritas a computador en letra negra, decían: “Natalie Ricci, estudiante de la preparatoria McKinney, ha sido una de los afortunados ganadores de una de las tres becas completas para especializarse en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, con un excelente resultado de 91% en el examen de audición y una exitosa entrevista con el director de la universidad, Robert Mathews…”.
  Me quedé impresionada viendo aquel documento. ¿Por qué tenían que publicarlo? No era necesario. Con que yo, mi mamá, el rector de la MIT y mis amigos lo supieran, era bastante. ¿Ahora lo tenía que saber toda la escuela? No me merecía tal reconocimiento, yo no era tan importante socialmente.
  Junto a mi documento había otros dos, con fotos de una chica llamada Rose Wells y un chico llamado Andrew Smith, que también se habían ganado becas. Rose se la había ganado para ir a Cornell y Andrew para ir a la universidad de Columbia.
  Qué bien por ellos. Deben estar muy orgullosos. Se merecían esas becas, pensé.
  El titular de la cartelera era “Alumnos becados de este año”, qué original…
  Seguí mi camino, y me encontré a David.
  — ¡Hola! —saludé alegre de verlo de nuevo.
  — ¡Hola! —me abrazó —. ¿Viste la cartelera?
  Suspiré desanimada.
  — Sí, desgraciadamente tenían que publicarlo… —dije.
  — ¿Por qué “desgraciadamente”? Se supone que te publiquen ahí es bueno…
  — A mí no me parece bueno, David. Quería guardar esto como una clase de secreto entre las personas que conozco, no que toda la preparatoria se enterara y me empezaran a hablar personas que nunca me dirigieron la palabra, sólo para felicitarme…
  — Te comprendo, es terrible ser felicitado, preferiría que me atropellara un auto, ¿cómo sobreviviste a eso? —bromeó con sarcasmo.
  Lo miré con desdén y el sonrió burlonamente.
  — Está bien, suena tonto. Pero es que simplemente me siento muy extraña al recibir tantos comentarios de personas que normalmente me ignoran… Hasta Owen Young me dijo que “saliéramos alguna vez” —dije.
  — ¿Owen Young? ¿Aquel chico que te gustaba en sexto grado?
  — Sí, él… En fin, no importa. ¿Cómo ha estado tu día? —cambié de tema rápidamente.
  — Aburrido, como siempre. Nada interesante, sólo clases, profesores y salones…
  Asentí. Luego se me ocurrió molestarlo con cierto temita que le tenía la cabeza dando vueltas.
  — Y… ¿Qué hay de Nicole? —dije pícaramente, moviendo mis cejas hacia arriba y hacia abajo rápidamente.
  Él sonrió y me empujó suavemente.
  — ¡Nada! —dijo sin quitar la sonrisa.
  — No, nada —dije irónicamente.
  Ambos reímos, y luego fuimos a comer.
  A David le gustaba Nicole desde el año pasado. Nunca se atrevía a hablarle o al menos a saludarla. Y mucho menos a invitarla a salir. Yo trataba de apoyarlo con aquel tema diciéndole qué nos gustaba a nosotras las mujeres. Pero él no tenía el valor de decir o hacer a Nicole cualquiera de las cosas que le mencionaba.
  — Ya, en serio, David. Invítala a salir, no es gran cosa —seguí.
  — Invita tú a salir a Will. Se ve que te gusta.
  Will… cómo me gustaría salir en una cita con él y allí mismo robarle un beso de esos perfectos labios. Pero no podía.
  — Él no me gusta —mentí —. Además es un caso diferente, él tiene novia.
  Esa última palabra la fue desapareciendo a medida que la pronunciaba. No me agradaba para nada.
  — Sí, claro —dijo sarcásticamente. Luego suspiró —. Nicole jamás saldría con alguien como yo…
  — ¿De qué hablas? Eres guitarrista, a las mujeres nos gustan los hombres que toquen instrumentos. Bueno, por lo menos a mí sí. Y a la mayoría de mis amigas.
  — Exacto, a ti. Ella no es como tú.
  — Puede que no sea como yo, pero es una chica. Yo también —dije —. Vamos, David, seguramente te dará una oportunidad. Harían una linda pareja…
  Él se rió.
  — Está bien, lo intentaré. Pero si algo sale mal, la culpa recaerá en ti.
  — ¿En mí? ¿Por qué?
  — Porque tú fuiste la que me dijo que la invitara.
  Sonreí. Ojalá que todo saliera bien, de otro modo, creo que David me dejaría de hablar por bastante tiempo.
  — Está bien… —admití mi derrota.
  Al sonar de nuevo la campana, le recordé a David invitar a Nicole a salir, y me dio un golpe “amistoso” al yo decírselo. Me encantaba molestarlo.
  El resto del día fue normal, excepto por las otras tres personas que me felicitaron por la beca. No me molestaba que lo hicieran, es sólo que no me gustaba que todo el mundo lo supiera. Era más atención de la que estaba acostumbrada, me sentía incómoda siendo el centro de atención, no era del tipo de chicas que le gusta presumir con todo. Era muy reservada.
  Al llegar de nuevo a mi casa, me percaté de que estaba sola en grima. No se veía ni un alma. Lo que no es raro, pues sólo vivimos en ella mi madre y yo, y Victoria estaba en el trabajo.
  Deposité mis cosas en el sillón de la sala, subí a mi habitación y me recosté en mi cama. Seguía con Will rondándome por la cabeza y de verdad quería sacarlo de allí. Me desconcentraría en mis últimos meses de preparatoria, y era obvio que me afectaría bastante. Así que recordé que tenía un importante ensayo de física empezado, y me dispuse a hacerlo. Eso me distraería un poco y me haría ponerle atención a las cosas que en verdad la merecían por ahora. Así que saqué mi laptop de de su estuche que se encontraba en mi escritorio, y me senté en él.
  Apenas había abierto el archivo, cuando sonó mi celular. Le eché una ojeada al identificador de llamadas, y me percaté de que decía “Will Davis”.
  Suspiré. ¿Debería contestar? Estaba muy apenada con él después de la noche anterior. Creo que no lo podría volver a mirar a los ojos por mucho tiempo, cosa que sabía que no sería capaz de resistir, pues sus ojos me mataban. Pero… aún así, seguía muy avergonzada, quizás sería mejor mantener distancia por un tiempo.
  Mi celular seguía sonando, y no paraba. Pobre Will… no quería dejarlo ahí esperando por mí para contestarle. Sería un poco maleducado.
  Me rendí, y le contesté.
  — Hola, Will… —lo saludé tímidamente. Mi voz sonaba insegura, apenada, como si estuviera hablando con alguien que jamás hubiera conocido.
  — Hola, Natalie, ¿cómo has estado?
  Me sorprendió que su voz sonara tan tranquila y natural al hablarme. ¿Qué le sucedía? ¡Hablaba con la chica que había intentado darle un beso sabiendo que tenía novia! Debería estar igual que yo, ¿no? Pero me agradó que lo tomara con tanta calma… aunque podría estar actuando…
  — Bien… ¿y tú? —contesté todavía con mi voz deleznable.
  — Bastante bien —dijo, y luego soltó un suspiro que cambió el aire de la conversación —. Oye… sobre lo que pasó ayer… lo siento mucho… no sabía lo que hacía —cambió justamente al tema del que menos quería hablar con él. Y al Will pronunciar esas palabras, mi corazón empezó a latir más rápido y la adrenalina me fue invadiendo poco a poco. Sólo era cuestión de tiempo para que mis manos y mi voz empezaran a temblar.
  — Yo… ah… también lo siento muchísimo, más que todo porque… yo… empecé —me disculpé con voz entrecortada, diciendo esta última palabra con mucha más incomodidad de la que esperaba. Era difícil para mí admitirlo, pero era la pura verdad, y siempre tuve intenciones de hacerlo. Siempre tuve intensiones de darle un beso en aquellos perfectos labios.
  — No te preocupes… no pasa nada. Es más, ¿qué te parece si hacemos como que nada pasó? Es decir… creo que es lo mejor para los dos… para que no estemos incómodos.
  — Sí, estoy de acuerdo, es lo mejor… —suspiré. Aunque la idea no me agradaba del todo. Sí, me salvaría de estar siempre incómoda a su lado cada vez que lo viera o saliera con él, pero… provocaría que todo lo que creo que ambos sentimos en ese momento fuera… olvidado —. Muchas gracias, Will… de verdad que me salvaste la vida… me siento tan mal por haberlo hecho…
  — Tranquila, en serio, sólo fue… un momento de la vida —dijo. Yo asentí, aunque sabía que no podía verme.
  Me relajé un poco, y recuperé fuerzas para seguir hablando.
  — Y… el motivo de que llamaras es… —dije para cambiar de tema. Ya estaba bastante incómoda.
  — Quería saludarte… además de… bueno, aclarar lo que te acabo de decir. E invitarte a una fiesta que se dará en la casa de un amigo el sábado —hizo una pausa —. Sé que te invito a salir demasiado, no quiero parecer intenso o algo por el estilo…
  — No, tranquilo, Will, no lo eres —corté sus palabras —. Me encantaría ir… de veras. Sólo mándame la dirección y la hora, y allí estaré.
  La verdad era que no me agradaba del todo la idea. Yo, Natalie, en una fiesta llena de gente famosa, además de que estaría con el chico que me gustaba y que sólo me veía como a una amiga con la cual podía salir y divertirse. Yo quería algo más que eso. Lo quería sólo para mí, de nadie más; ni de Alice u otras chicas.
  Pero hay que ser realistas. Algo jamás pasaría entre él y yo.
  — Excelente, en seguida te mando un mensaje. Me alegra que aceptaras —dijo alegre.
  — A mí también, es decir… la pasamos bien juntos, ¿no? Estoy segura de que la fiesta será divertida —mentí. A mí no me gustaban las fiestas. Música a todo volumen que te deja sordo, personas ebrias y oscuridad no eran una combinación que me resultara agradable. Pero no podía negarme a su invitación. Lo quería mucho como para hacerlo —. Muchas gracias por invitarme.
  — De nada, gracias por acceder —dijo —. Bueno… nos vemos el sábado… adiós.
  — Adiós… —dije mientras lentamente presionaba el botón para colgar.
  Luego me quedé mirando al vacío, pensando en todo, menos en mi ensayo de física.
  ¿Estaría Alice allí? ¿Tendría la oportunidad de conocer a la mujer que impedía que Will fuera mío? Si así era, creo que no me sentiría muy cómoda. ¡¿A quién engaño?! ¡Iba a ser la fiesta más incómoda de toda mi vida!
  Además, ¿qué me pondría? Ese era otro aspecto a cubrir. Mi ropa no era elegante ni como para salir, mi closet estaba lleno de camisetas y jeans, que eran perfectos para salir con la banda de vez en cuando, ¡Pero no para una fiesta!
  Solté un suspiro amargo, y me llevé las manos a la cara, un tanto desesperada. No tenía dinero para comprar nada, lo que tenía ahorrado era para mi vestido del baile de graduación, eso era todo.
  Cuando menos pensé, me llegó el mensaje de Will con la dirección.
  Lo abrí, y lo leí. Luego puse los ojos como platos.
  — ¡¿Qué?! ¡No! ¡No puede ser! —grité en voz alta, impulsivamente.
  La fiesta sería cerca de Central Park. En uno de los barrios más exclusivos de todo Nueva York, y yo era una simple plebeya a comparación de las personas que vivían allí. Lo que es mucho decir, pues vivir en Manhattan ya me hacía una persona con buena situación económica.
  Allí vivían todos los famosos que tuvieran casas o apartamentos en mi ciudad. Pero… ¿Amigo de Will? Un amigo de Will debía ser famoso, eso no sería una sorpresa.
  En resumen, iba a ir a una fiesta con alguien con el que no puedo estar, en un barrio muy exclusivo, en una casa llena de gente famosa, sin un vestido con el qué impresionar… perfecto.
  Decidí no preocuparme tanto por eso, y seguí con mi ensayo de física, hasta terminarlo a las siete de la noche.
  Mi madre ya había llegado. Le conté lo de la fiesta, milagrosamente me dejó ir, pero antes también me sermoneó un buen rato. Un discurso innecesario, del cual sólo escuché “Escucha Natalie…” y “… ¿Entendiste bien?”; o sea, el principio y el final. Porque aquello lo había repetido por 4 años.